Saturday, September 30, 2006

Viejas Amistades

Hay una señora fúnebre que se asoma por mi ventana y mi temor de verla todas las noches aumentó mi adrenalina y calma algunas de mis neuronas quines esperan las emociones fuertes y los tiempos de furia.

Es una vieja desganada y deshilachada que mueve los pies a raíz que Chet baker camina por mi cuarto y no sabe si tomarse un café o dejarla llorar. Cuando la señora vieja llegó a mi casa la mire incrédulamente nos vimos unos cuantos segundos y muy asustada trepó por la ventana de barrotes negros. No hice caso ante su fallido escape, pues su realidad ya estaba en mis manos, era ya de mi entero control y podía hacerla bailar, sentarse y llegarla a matar conforme el tiempo se acabara.

Recuerdo bien su primera caída las dos lloramos, ella por que no podía creer que el piso fuera tan seco, tan impropio para seres furtivos y frágiles como ella. Yo por la sangre que derramo en mis sábanas.
Cómo ha podido sobrevivir tanto tiempo. Cómo es que no mira hacia otro lado.

Mi pobre señora loca, con los años ya contados y trepada en la constelación obscura a lo lejos y en lo profundo. Con un chaleco de lana y botines rotos pasa los días frente a la ventana observando un vacío que no cambia nunca.

Ya son las tres de la mañana y no hemos pestañado, me mira con nostalgia y yo trato de arrancarle sus ojos. No habla mucho, la única vez que tratamos el dialogo fue un día de enero cuando los cielos temblaban de frío y el viento usaba bufanda, me dijo sinceramente que mi cuarto no le gustaba y que se iría a otro lado. Para hacerle creer que no la había escuchado le invité un café y ella acepto gustosa, enseguida sacamos los cigarros del empaque azul y caminamos toda la ceniza trazada, una residuo amargo, quien nos miente y nos revuelve en su vómito. Ya la noche era más peligrosa y decidimos tomar el sueño por las manos y llevarlo con nosotras en medio de la calle y morir debajo de un camión amarillo los tres juntitos, un suicidio colectivo en la madrugada del 11 de Enero. Sin pensarlo un segundo corrimos hacia las escaleras y tropezamos con treinta nueces, un cascabel, y excremento humano.

Ninguna puerta está abierta, ningún paso es tan largo como para salir volando por la ventana. La libertad es una esperanza que calla en la sombra. No hubo mucho que hacer nos quedamos sentaditos y con las alas entre las axilas. Ya son las seis de la mañana y la calle parece muerta… tal vez morimos de frío o de libertad extrema.

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