Thursday, April 03, 2008

Las cucarachas son ciegas y Sebastián es mudo






Sebastián no fue aceptado en la clínica psiquiátrica, es inofensivo señalaban los médicos, Maníaco depresivo. Sebastián no recordaba que estaba casado, que había sido profesor de biología ni que había vivido en Díaz Ordaz, sin embargo estaba muy cómodo en esa casa de algún rincón de Etla, ahí come y bebe mezcal, goza de placeres y comete pecados,. Ahora, camina lentamente por la carretera como una cucaracha a la cual le han cortado la cabeza y, el cuerpo, carente de orientación termina boca arriba, moviendo sus patas espinosas como si corriera un maratón para después morir de inanición. El estado emocional de Sebastián era afectado por los gritos de su esposa quien era una extraña caritativa que le ofrecía sexo y mordiscos.
Fue en la mañana, dormían en una cama matrimonial, Sebastián extendía mucho los brazos y piernas dejando a ella muy cerca de la orilla y de la mesa de noche, eran las once de la mañana en domingo. Sucede que Sebastián tenía pesadillas, y ya comenzaba a balbucear: cue lam e, sí no rian ¡Ña blas, non! Entonces, despertó alarmado, desconociendo el cuerpo de su mujer. Sebastián gruñía al tiempo que la empujaba. Ella despertó repentina y aturdidamente, así que su cabeza chocó con la mesa de noche y cayó bruscamente sobre su delgado brazo ¡Mírame Sebastián!— gritaba la mujer— ¡Tengo el brazo roto y no haces nada! ¡Me lleva la chingada!, ¡Te cortaré la boca de una vez por todas y la masticaré tantas veces que no la podrás encontrar en mi garganta ni en la mierda! Ella exageraba, era la rabia de haber sido despertada de manera tan violenta, en realidad, le dolía más el orgullo que el brazo. Siguió gritándole hasta que Sebastián salió sin nada más, dejándola sola con su histeria.
Afuera: grandes rótulos de bandas gruperas, terrenos baldíos, un perro negro que duerme mientras las moscas delinean sus ojos, lamiendo y saboreando la mugre y algunas se asean en el lomo del canino. Los treinta y siete grados centígrados no descienden al nadar en albercas públicas con la orina caliente y el traje de baño en oferta.
La vida de Sebastián había sido placentera, los vecinos no le temen pero raras veces le saludan, Don Sebas, el loquito ese, el esposo de la señora que está media loca, así lo conocían porque nunca hablaba con nadie y nadie quería hablar con él. No tenían hijos, así que la mayoría del tiempo ella pintaba paisajes y los vendía.
El estómago le gruñó Sebastián entró a la tienda, pidió una manzana, dos pesos, mira el fruto, mira al dueño, está mallugada, mira de nuevo la manzana. Mira, dame un peso, qué importa, es la última, pero nada regalado, este calorcito es insoportable, ¿La quieres o no? Sebastián le extiende la moneda de dos pesos que se ha encontrado en el camino. Sale y mordisquea como un conejo, la termina y tira el corazón. Y ahí, en medio de la carretera, arriba del asfalto caliente y al lado del rótulo que sugiere “Vota así”, comienza a mordisquear sus brazos, trata de lamer su sudor, siente los delgados vellos de sus brazos, derecha, izquierda, desabrocha su camisa la sacude, saltando y tocando sus costillas. Después, abre su boca, mete la camisa, la muerde y regresa a la tienda, trata de estrangular al dueño con la camisa cien por ciento algodón pero sólo logra dejarlo inconciente. Enseguida toma melones, galletas, refrescos retornables y juega a las maquinitas.
No puedes escapar del calor en este lugar como no puedes escapar de tu vejiga, puedes escapar de Sebastián o puedes matar a Sebas porque está acostadito e inofensivo en medio del asfalto, el calor es insoportable, una de la tarde.
A varios kilómetros, los motores se calientan y el semáforo en rojo. Asientos calientes y espaldas sudorosas, franelas húmedas y mugrosas. En el carrito de raspados los popotes descansan en una cajita de cartón: sórbeme, Sórbeme, SÓRBEME, protector para el volante y el hule para los limpiaparabrisas de venta en el crucero.
Sebastián con risa maliciosa: Ella lo ha encontrado como un pescado a la plancha, le dijo que se arrepentía, que lo amaba pero que le era muy fácil desquitar su rabia con él, así me gustas pequeño carbohidrato—cuando ella le llamaba así le devolvía su buen juicio—. Los ojos grandes de Sebastián parecían escucharle. Mientras caminaban hacia su casa se mordían en besos y de besos al colchón sucio.
Debajo del comedor las cucarachas mordisquean las migajas. El libro de Entomología que sostiene la pata coja de la cama señala pueden devorar a sus compañeras muertas, aunque no se atacan ni matan para conseguir alimento. Si pueden elegir, prefieren los hidratos de carbono. Sebastián había puesta una nota en esa página: son ciegas y nunca se perderán. Los gemidos de la pareja salían por la ventana y las ranuras de la puerta. El dueño de la tienda iba despertando lentamente, no recordaba lo que había pasado pero pronto lo hará.

1 comment:

G Santos said...

¡Desconsiderada! ¡cómo te atreves a no darme tu blog! ¡Ah! (aquí lloro)

Me siento excluido, sucio...

Me voy a dar mi tiempo para leerte y comentarte bien.

Te pasas eh! ¡cómo te atreves!