Monday, April 14, 2008

Látex-Látex: Si entras, no te quejes

La cucaracha sonámbula paseaba por los azulejos sucios. La cañería y los tornillos se oxidaban lentamente. El baño de la cantina no estaba decorado. Era austero y triste. Como siempre no había agua pero sí mucha mierda acumulada. Sólo usaría el mingitorio y un poco de papel para limpiar mi frente sudorosa. Eran tres espejos, uno muy opaco, el segundo lo unían pedazos de cinta adhesiva, el tercero lo robaron, dejando sólo una cara feliz que cubriera el vacío. Los productos de limpieza estaban debajo de los lavabos, un trapeador calvo, una fibra verde, las pequeñas pastillas desodorizantes que producen un olor igual de horrible que la mierda de una cantina —yo prefiero el olor de la orina de mi mujer—y un par de guantes de látex color rosa. Entró el sujeto extraño de la pajita y me ofreció un condón. Lo acepté como él acepto mi propina: Sin preguntar. Me metí al baño, con mi pie bajé la tapa del escusado, bajé mis pantalones, colgué mi chaqueta en un ganchito, me senté y leí las injurias, maldiciones, obsesiones, fantasías y anonimatos que cubrían la puerta metálica. Técnicas mixtas: plumón de aceite sobre pintura barata. Tinta roja sobre tinta azul. Un salmo estaba escrito con letra de molde. ¿Cómo podían escribir así? Soy un hombre de mediana estatura y mis rodillas chocaban con la puerta impidiendo que mis nalgas estuvieran cómodas, mis manos apenas podían moverse. Era un pequeño cubo que encerraba a un sujeto mediano pero obeso. Claro, es una cantina, pero esa letra era redondita y el señor de la pajita seguramente estaba encargado de amonestar a los que se encuentren rayando esas instalaciones. Siempre hay personas ágiles, incómodas y amonestadoras. Siempre hay un baño así, qué importaba eso. Pero resultó que el señor de la pajita era un engaño, mi condón resultó ser usado y a mi esposa, esa noche le dolía al orinar. Me subí los pantalones, olvidé mi chaqueta por unos segundos y regresé, aventé el condón por la tubería y me largué. El señor de la pajita era un engaño, sí, eso me informó el cantinero al momento de mi salida, al menos eso entendí.
Hey, joven—me dijo mientras llenaba algunos tarros— ¿Encontró un señor ahí dentro? Sí. ¿Le ofreció…le vendió algo? Sí, me dijo que era de cortesía, Verá…es un demente, no encuentro como sacarlo de aquí, se escabulle como las tuzas—terminó de servir los tragos y yo no supe que decir— Vaya mierda.
A esa cantina entras bajo tu propio riego. Si entras, no te quejes—decía el letrero de la entrada— seres multifacéticos, largas barbas, grandes vellos, pezones rosas, perros cojos, ladrones simpáticos, drogas sintéticas, bola ocho y un señor que se divierte al regalarte condones usados, pegados de una manera tan minuciosa que el receptor sonríe en su mente: justo lo que necesito. Y la chica de la limpieza—con su horrible uniforme de asalariada que acomoda graciosamente su trasero— le sonríe al receptor de una manera fugaz. Los guantes de látex abren oportunidades, más el color rosa. Entienden el mensaje y la culminación es un pequeño grito que viaja al bullicio y se pierde entre las zapatillas.
¿Eso es lo que hace ese sujeto con los borrachos empedernidos?—dije después de unos segundos— Así es joven, así que le recomiendo que lo tire enseguida, lejos de aquí. Suele...recogerlos de nuevo, el maldito tiene un olfato privilegiado. Yo se lo digo porque es usted de confianza. Los demás me valen madres. No quiero desmadritos de maricas. ¿Y si alguien le armara uno por insalubridad? Tengo a la nena bien puesta. Claro, buenas noches Don. Alzamos la mano para despedirnos y salí corriendo al auto. Rubias, vestidos de lentejuelas, cerveza barata, lenguas gordas, palomitas gratis, enfermedades a la orden del día. No volví. No recuerdo muy bien como asimilé el asco y la desgracia, la lujuria y el desmadre. Mi garganta regurgita cada vez que pienso en esto y en las cosas usadas o sucias pero mi mente lo disfruta. Llegué a mi casa y como les decía mi esposa hacía muecas al orinar, un pequeño ardor. La encontré sentada con la puerta abierta. La besé y me lavé los dientes junto a ella mientras me contaba las posibles causas de su ardor mientras tomaba el papel higiénico. Yo escupía las burbujas que provocaba la pasta dental. Le asentía y también pensaba en mis propios ardores.
Las cucarachas ciegas corren despavoridas por la luz, ingredientes ácidos, colorantes artificiales, orina y guantes de látex. Rosados por supuesto. Le insistí a mi mujer en comprarse unos pero eligió los morados. Mala suerte, terminaron en la basura con hoyitos en los dedos, un olor a semen —los olí a escondidas durante varios días—ese agradable olor a látex que despide mi corazón. Más hidrocarburos. Fueron días ligeros después de ir al doctor. Pastillas, limpieza y protección. La suciedad no ha excitado mi cabeza hasta ahora. A veces, como ahora, recuerdo a la chica de la limpieza con melancolía. El bar fue clausurado, el Don ahora se dedica a vender productos naturistas. Mi mujer es feliz orinando. Yo soy feliz oliendo y manejando a cien kilómetros por hora. Iremos a Brasil en seis meses, donde usaré anticonceptivos nuevos, empaquetados perfectamente con olor a frutas tropicales. Amo a mi mujer aunque no le guste usar guantes al momento de hacerlo. A pesar de todo, ella me ama también.

3 comments:

Unknown said...

bu... deberias ser mas directa como yo en mis posts.. haha.. saludos

Chepe said...

corazoun! eres genial

Anonymous said...

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